Caso Frei: la mentira contraproducente
José Miguel Aldunate Director ejecutivo del Observatorio Judicial
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José Miguel Aldunate
En su ensayo sobre mentir en política, Hannah Arendt cuenta la historia de un centinela que hizo sonar, en broma, una falsa alarma de ataque enemigo. Luego, frente al caos ocasionado, también él corrió aterrado a defender las murallas de la ciudad. Moraleja: mientras más exitosa una mentira y mientras más gente la crea, más probable será que el mentiroso acabe creyendo su propio invento.
Yo no dudo de la sinceridad de la familia Frei, pero imagino el proceso psicológico por el que pudo arribar a una convicción tan inconmovible. Lo que alguna vez debió ser una conjetura, una hipótesis basada en intuiciones y sospechas, comienza a tomar forma tan pronto como se adivinó que el rango de mártir del patriarca otorgaba a sus descendientes carta de ciudadanía entre las víctimas de la dictadura. Lentamente, lo posible se va haciendo cierto. Pero cuando toda la DC adhiere a la tesis del asesinato, entonces lo cierto se transmuta en dogma incontrovertible.
Algo similar debió ocurrirle al ministro Madrid. A fin de cuentas, no se puede pasar dieciséis años investigando un magnicidio para llegar a una conclusión tan mediocre como que faltan pruebas. Quizás el contundente rechazo de la Corte de Apelaciones de Santiago le resultara tan chocante como a la propia familia Frei. El hecho, sin embargo, es que un coro unánime de médicos y penalistas han alabado la solidez técnica y argumental del fallo de segunda instancia, en marcado contraste con la debilidad de la sentencia condenatoria impugnada.
Por supuesto, la familia y la DC en su conjunto rechazaron el fallo, aunque sin mayores pruebas que la fuerza de sus convicciones y la profundidad su indignación. A lo sumo, ofrecen como evidencia la importancia política de las víctima y el carácter criminal de la dictadura, como si ello bastara para llenar todos los vacíos causales entremedio.
Como señala Arendt, lo propio del que se autoengaña es la incapacidad para confrontar la realidad en sus propios términos. Siempre se tienen a mano ciertos paralelos ─la infinidad de personas que demostradamente murieron a causa de la represión política─ que les permiten reinterpretar esos términos.
Pero los jueces determinaron que la realidad era otra. Desde el abandono de las ordalías medievales, los sistemas procesales han venido desarrollando mecanismos cada vez más complejos para extraer la verdad. No es de extrañar, entonces que los familiares del ex presidente hayan querido obtener el timbre judicial para su pretensión. Pero la maquinaria judicial tiene sus límites y no puede certificar cualquier cosa. Si así fuera, entonces el certificado de autenticidad no valdría nada, pues nadie lo creería y ya no surtiría su efecto.
De este modo, siempre llega un momento en que la mentira se vuelve contraproducente. Arendt advierte que llegamos a este punto cuando la audiencia debe desentenderse completamente de la distinción entre verdad y mentira para seguir viviendo, ajustando su actuar a razones de mera conveniencia. Es lo que ocurriría si los jueces se sienten obligados a llevarle el amén a la política.
Si ahora la Democracia Cristiana monta una pequeña campaña contra los ministros de la Corte de Apelaciones ─por ejemplo, truncando en el Senado la carrera de los jueces del fallo y vetando su acceso a la Corte Suprema─, habrán dañado de un golpe la confianza pública, la independencia del Poder Judicial y la credibilidad de su propio partido.